13 mar 2010

Caminamos entre milagros.

Se define a un milagro como un "Hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino". Mis conceptos sobre la religión se han modificado últimamente, no obstante, mi relación con Dios a partir de tal replanteamiento se ha visto beneficiada. Así como no creo que nuestro Dios sea capaz de castigarnos, tampoco creo que sea él quien nos recompense o provea de bienes en esta vida terrenal. En cuanto al origen divino de las cosas no hay discusión alguna en mi mesa de café, entiendo que este Ser maravilloso ha entregado los recursos al libre albedrío de los individuos en este plano y espacio.

Hace varias semanas publiqué el cómo de manera inexplicable me salvé de un terrible accidente automovilístico y en tal relato compartí mi creencia sobre los posibles actores alados que intervienen para evitarnos algún mal.
Sin embargo hay ocasiones en las que un grave accidente es inevitable, y también quizás en medio de esa delgada línea que mantiene a un ser vivo en condiciones críticas distante de la muerte, se encuentran los milagros.

El año pasado, en mi primera experiencia como docente, conocí a un joven del cual no podría olvidar ni su conversación ni su rostro, porque además de ser sincera y amable, se trataba de mi primer día de clases, aunque era claro que él no lo sabía, su cortesía y calidez me permitieron sentirme segura en un territorio que apenas intentaría conquistar.
Con una mirada inocente mostró su sorpresa cuando descubrí el origen de sus nombres, para una cinéfila como yo no pasarían desapercibidos el nombre de pila de Wells y el apellido de Marlon. Más adelante junto con sus demás compañeros, fui conociéndolo a través de diversos ensayos cuyo propósito era explorar su capacidad de comunicarse primero consigo mismo para luego poder lograrlo con los demás, un corazón generoso no encuentra obstáculos, a lo sumo un poco de pereza ocasionada por las distracciones típicas de la edad, pero el trabajo de entrar en contacto consigo mismo no fue difícil.

Como orgulloso testigo fui presenciando el desarrollo y crecimiento personal de aquel salón de clases. Pero hacia la mitad del curso escolar, hubo un día que se convirtió en un choque de sentimientos para mí, por un lado de satisfacción al ver el alto nivel de motivación que habían adquirido mis alumnos en sus exposiciones y por otro al enterarme del gravísimo accidente que había sufrido uno de ellos.

Las condiciones de mi alumno eran críticas, su cadera se fracturó por el impacto, sus costillas fragmentadas se incrustaron en órganos internos y debieron ser retiradas cuidadosamente en una cirugía,tras mostrar una leve mejoría después de pocos días del accidente la fiebre no cedió, entró en coma.
Enterarme de aquella situación me afectó profundamente, esa sonrisa estaba grabada en mi mente y las consecuencias de un estado de coma las conocía bien, pues habían sido parte de una investigación mía llevada a cabo para escribir una historia.

A lo largo de los siguientes días, desafiando los pronósticos logró despertar del coma, sus funciones estaban intactas simplemente no recordaba nada.
Su ausencia en el salón de clases se sentía de manera considerable, y a partir de que las esperanzas regresaron fuimos construyendo eslabones de noticias acerca de su estado y mejoría sostenida.
Finalmente logré hablar con él, y aunque su voz por obvias razones no poseía las cualidades que le caracterizaban revelando siempre un tono optimista, su congruencia en cambio demostraba un perfecto estado de salud mental.
No regresaría en el resto del semestre, y a decir verdad ante la necesaria terapia de rehabilitación no pensé que lo volvería a ver en menos de uno o dos años.

Hace un mes aproximadamente reinició el ciclo escolar, al que fui llamada nuevamente, y dos semanas después durante la proyección de una película por comentar en clase, alguien en el pasillo me observaba con la intención de que le atendiera.
La sorpresa fue increíble al encontrarme con mi querido Orson, lo recibí con un fuertísimo abrazo, de pie, sin que él debiera apoyarse en un bastón que había abandonado un par de días atrás, su voz dulce estaba nuevamente inyectada de esperanza y optimismo:
-Quería venir a agradecerle el libro que me envió, dijo con la misma sonrisa y calidez del primer día.
-No hay por qué agradecer, le contesté, sólo puedo decirte que estoy segura que hay algo muy importante para lo que estás destinado en esta vida mi querido Orson.

Abracé un milagro que algunos especialistas hubieran diagnosticado como insuperable, y fue una experiencia tan emotiva que no podía dejar de compartirla.
Caminamos entre milagros y maravillas inexplicables y a veces somos tan obstinados que sólo nos limitamos a ver los huecos que vacíos se quedan formando huellas y las marcas que se dibujan con nuestras cicatrices, no somos capaces de entender que las huellas trazan el mapa del camino andado, y las cicatrices se encargan de apretar bien los recuerdos, sanando sólo cuando han cerrado bien y dejado los incidentes o accidentes vividos en el pasado.

Estoy segura que para Orson cada una de esas cicatrices no es una marca, sino un tatuaje divino para señalar un propósito muy importante destinado al corazón de un joven excepcional.